Entre el alivio y la incomodidad: herramientas clínicas para trabajar la ambivalencia en torno al psicofármaco
Guía para legitimar la experiencia ambivalente y sostener conversaciones honestas sobre el tratamiento.
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Incluye herramientas clínicas, plantillas de trabajo y modelos para acompañar a personas en tratamiento con psicofármacos de forma ética, informada y estructurada.
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Introducción
En consulta, hay momentos en los que lo que parecía claro empieza a matizarse.
El psicofármaco que redujo los ataques de pánico ahora entorpece el deseo sexual. El psicofármaco que permitió volver al trabajo también produce somnolencia y desconexión emocional.
El síntoma mejora, pero aparece otra incomodidad, más difícil de nombrar: una sensación de estar anestesiado, de no ser del todo uno mismo, de vivir en una versión atenuada de la vida.
En esos momentos, no es raro que las personas lleguen con una mezcla de gratitud y frustración. Por un lado, reconocen que el tratamiento ayudó. Por otro, sienten que algo de sí se perdió en el camino. Y a veces, incluso quienes han tenido una buena respuesta al fármaco comienzan a preguntarse si vale la pena seguir tomándolo.
Este tipo de dudas suele leerse como una amenaza al tratamiento: señales de recaída, resistencia, desinformación, abandono inminente. Pero también pueden ser una forma de sabiduría clínica. Una búsqueda de agencia. Un intento de comprender qué papel juega el psicofármaco hoy, en esta etapa, para esta persona, con sus recursos y su historia.
La ambivalencia no es un síntoma que haya que suprimir. Es una oportunidad para detenernos, abrir el mapa, y revisar juntos hacia dónde se quiere ir.
Esta guía reúne herramientas clínicas para acompañar ese proceso. No busca acelerar decisiones ni reemplazar el criterio médico. Tampoco se posiciona en contra del uso de fármacos. Al contrario: parte de reconocer que, cuando una persona expresa incomodidad, incluso en medio del alivio, el rol del terapeuta es ofrecer un espacio donde esa complejidad tenga lugar.
¿Qué ha cambiado desde que empezó el tratamiento con psicofármacos? ¿Qué desea sostener y qué querría recuperar? ¿Qué le ha dado el fármaco… y qué siente que ha perdido?
No son preguntas simples.
Pero acompañarlas —con respeto, estructura y apertura— puede ser más terapéutico que ofrecer respuestas inmediatas.
Índice
Parte 1. Fundamentos clínicos de la ambivalencia
1.1 ¿Por qué incomoda lo que también alivia?
1.2 La ambivalencia no es un síntoma: es una señal de agencia
1.3 Creencias clínicas que sabotean el trabajo con ambivalencia
1.4 Principios para un acompañamiento respetuoso y útil
Parte 2. Obstáculos frecuentes en el acompañamiento
2.1 Cuando el terapeuta quiere evitar toda crítica al tratamiento
2.2 Cuando la persona siente culpa por dudar
2.3 Cuando hay presión externa para seguir (o dejar) el fármaco
2.4 Cuando el prescriptor desacredita cualquier incomodidad
2.5 Cuando hay confusión entre síntomas, efectos y emociones
Parte 3. Herramientas clínicas para trabajar la ambivalencia
3.1 Guía de exploración narrativa: qué ha cambiado en ti
3.2 Técnicas para ampliar el relato más allá del alivio
3.3 Cómo validar sin reforzar certezas prematuras
3.4 Esquema de mapeo ambivalente: sostener, ajustar, recuperar
3.5 Scripts conversacionales para escenarios frecuentes
Parte 4. Casos clínicos y ejemplos de intervención
4.1 Caso A: El fármaco funciona, pero la persona no se siente igual
4.2 Caso B: Desea dejarlo, pero teme recaer
4.3 Caso C: El entorno celebra el cambio, ella no
4.4 Caso D: Entre el alivio parcial y la desconexión emocional
Parte 5. Anexos prácticos
5.1 Cuestionario para mapear zonas de incomodidad
5.2 Ficha para registrar evolución subjetiva con el fármaco
5.3 Frases útiles para explorar sin dirigir
5.4 Cuadro comparativo: efecto esperado / efecto percibido
5.5 Bibliografía y lecturas recomendadas
Parte 1. Fundamentos clínicos de la ambivalencia
1.1 ¿Por qué incomoda lo que también alivia?
👎 Creencia común: Si un psicofármaco alivia los síntomas, la persona debería sentirse agradecida y convencida de continuar.
👍 Evidencia clínica: Muchas personas expresan alivio por ciertos efectos del tratamiento, y al mismo tiempo malestar, dudas o una sensación de desconexión difícil de explicar. Esta ambivalencia no es una contradicción patológica, sino una experiencia legítima que merece ser escuchada sin juicio ni premura.
En consulta, es frecuente encontrar personas que dicen cosas como:
“Me ayudó a salir del hoyo, pero ya no me reconozco.”
“Funciona, pero siento que no soy yo.”
“Desde que empecé a tomarlo dejé de llorar… y eso me preocupa.”
“Ya no me hundo, pero tampoco me ilusiono.”
Estas frases suelen compartirse en voz baja, con culpa o con miedo a parecer ingratos. A veces el propio terapeuta se incomoda: si el fármaco ayudó, ¿por qué dudar? ¿por qué cuestionarlo? ¿no será resistencia, autosabotaje, negación?
Pero acompañar ambivalencias implica reconocer que la experiencia subjetiva del alivio no siempre es lineal ni permanente, y que los efectos del tratamiento pueden impactar la identidad, el deseo, la vitalidad o la forma en que una persona se relaciona consigo misma y con su entorno.
La incomodidad no anula el alivio. El alivio no borra la incomodidad. El trabajo terapéutico consiste en abrir un espacio donde ambas experiencias puedan narrarse, coexistir y resignificarse.
En lugar de preguntar:
“¿Entonces te quieres dejar el tratamiento o seguir con él?”
Prueba esto:
“¿Qué ha cambiado en ti desde que lo tomas? ¿Qué parte valoras y qué parte te inquieta?”
“¿Sientes que hay algo que has recuperado… y algo que has perdido?”
“¿Cómo sería para ti sostener lo que ayuda sin tener que callar lo que incomoda?”
1.2 La ambivalencia no es un síntoma: es una señal de agencia
👎 Creencia común: Si una persona duda, se queja o expresa malestar con su tratamiento, es porque está a punto de recaer, tiene resistencia al cambio o necesita mayor adherencia.
👍 Evidencia clínica: La ambivalencia no es sinónimo de recaída, ni de desobediencia, ni de desconfianza patológica. Es una forma saludable de explorar activamente lo que está en juego. A menudo, quienes expresan estas tensiones lo hacen porque están intentando posicionarse con mayor claridad frente a algo que fue necesario en un momento, pero que ahora también produce fricción, preguntas, contradicciones.
Cuando una persona se atreve a decir:
“Me siento mejor, pero ya no soy tan espontánea como antes.”
“No me hundo, pero me cuesta entusiasmarme.”
“Me ayudó a dormir, pero ahora no sé cómo dejarlo.”
… no está rechazando el tratamiento. Está tratando de entender qué lugar ocupa ese tratamiento en su vida hoy. No basta con saber si el fármaco redujo los síntomas. También importa saber qué sentido tiene seguir tomándolo, qué consecuencias ha tenido en otras áreas de la vida, y cómo se siente esa persona consigo misma mientras lo toma.
En ese sentido, la ambivalencia no es un obstáculo, sino una oportunidad clínica: una puerta para revisar el trayecto recorrido, el modo en que se ha vivido el cambio, las huellas que ha dejado la experiencia farmacológica.
Como terapeutas, podemos acompañar ese momento sin apurar decisiones ni clausurar la conversación con frases como:
“Pero estabas peor antes.”
“Eso es normal, ya se te va a pasar.”
“¿Y si lo dejas y te sientes peor?”
Más útil que eso es sostener preguntas abiertas, que habiliten una exploración honesta:
“¿Qué valoras de lo que has conseguido con el tratamiento?”
“¿Qué parte de ti sientes que volvió a aparecer… y cuál no tanto?”
“¿Qué te ayudaría a sentirte con más libertad para decidir, incluso si la decisión no es inmediata?”
1.3 Por qué nos cuesta tanto tolerar la ambivalencia en consulta
👎 Creencia común: Nuestro rol es resolver las dudas del consultante cuanto antes, ofrecer claridad y encaminarlo hacia decisiones estables.
👍 Evidencia clínica: La presión por ofrecer respuestas rápidas, la ansiedad frente al sufrimiento del otro y la dificultad para habitar zonas grises hacen que muchos terapeutas vivan la ambivalencia del consultante como un problema a corregir, en lugar de una experiencia a sostener.
Escuchar una ambivalencia sostenida puede resultarnos incómodo. Porque no sabemos hacia dónde va. Porque nos activa la urgencia de "hacer algo". Porque tememos que se traduzca en un abandono del tratamiento, en una recaída o en una queja hacia nosotros. O simplemente, porque también nos interpela.
¿Qué haría yo en su lugar?
¿Será que esta duda señala algo que no vi?
¿Y si le sugiero algo y empeora?